lunes, 9 de marzo de 2009

Las Dos Caras de la Moneda

Hay quienes dicen que Cristo nos hizo libres… lo cual es una gran verdad. Nuestro Señor liberta del pecado. Al morir el Hijo en la cruz, cargó sobre sí todos los pecados del mundo, nos reconcilió con el Padre, nos liberó de esa carga del pecado y si creemos recibimos el Espíritu Santo. Así lo dijo Jesús en Mateo 11:28: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”.

Pablo nos dice (como les escribió a los romanos): ¿Acaso no saben que si se someten a alguien como esclavos y le obedecen se convierten en esclavos de ese alguien? (Romanos 6:16). Todos somos siempre esclavos, aunque libres al mismo tiempo.

De esta forma, sin Cristo en nuestras vidas, obedecemos y servimos al pecado. Luego, por una cara de la moneda somos esclavos del pecado y, por la otra, somos libres de la justicia, es decir, de Dios. Esto no lo recomiendo porque la paga por ser esclavos del pecado es la muerte (y de la eterna).

Ahora bien, con la gracia de Dios en nuestras vidas, obedecemos y servimos a la justicia, esto es, a Dios. Por ende, esta vez, por una cara de la moneda ¡somos libres del pecado!, aunque por la otra ¡somos siervos de Dios y le debemos obediencia!

Esto sí es recomendable porque la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro. (Romanos 6:23). Sea toda la gloria a Dios.

Qué interesante que el pecado pague con muerte como si le estuviésemos trabajando y ese fuese nuestro salario… en cambio lo de Dios es una dádiva, un regalo, un obsequio, un presente. “La gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1:17).

Es maravilloso servir y someterse al Señor. Es maravilloso que al estar en las manos de Dios tenemos con quién compartir la felicidad y la tristeza. Cuando estamos felices, damos gracias a Dios; cuando estamos tristes nos aferramos a Su poder. Cuando nos sentimos solos y desamparados, volteamos la mirada donde se encuentra Jesús y nos damos cuenta que Él nunca se había apartado, y nuestro corazón comienza a arder por esperanza de un cielo nuevo y una tierra nueva (Apocalipsis 21:1) donde iremos a morar por toda la eternidad.

Señor, ayúdame a servirte mejor...

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